Castilla-La Mancha es una construcción política surgida de la Constitución de 1978, no asumida ni demandada en un principio por sus ciudadanos. Pero tras cerca de 20 años de proceso autonómico -de afirmaciones, aunque también de negaciones o desencuentros- han surgido rasgos que antes hubueran sido impensables. Está definiendose un cierto nosotros castellano-manchego Ese surgimiento y esa percepción es lo que intenta desvelar este libro, a partir de tres miradas. En el primer capítulo se analizan, desde una perspectiva de antropología política, los procesos de identidad, señalando el surgimiento o la emergencia de símbolos y valores (la tierra, el agua, el patrimonio, etc) que han ido delimitando esa manera de identificarnos o de definirnos en el conjunto de las comunidades españolas.

La segunda parte trata de las representaciones visuales de la identidad en Castilla-La Mancha, es decir, de imágenes que la cultura local ha decidido considerar como relevantes a lo largo del tiempo y lo hace a través de un repaso por signos externos tales como las estatuas públicas, la utilización de los elementos procedentes del Quijote, u otros más simples pero igualmente significativos como los encalados de casas y calles.